La primera reacción natural después de ver la película es arremeter contra el reportero impostor, y no falta razón pues no hay duda de que la responsabilidad de la mentira es suya. No obstante, también se podría poner en tela de juicio el papel del director de The New Republic, y de todos los compañeros de la redacción. Parece inverosímil que una cantidad de embustes tan llamativos en prácticamente todos los trabajos que Glass hizo para la revista no llamaran la atención de nadie. Todo parece indicar que tanto el director como los compañeros prefirieron proteger a Stephen, aunque con esa decisión se atentase contra los lectores, que ante todo, tienen derecho a que se les cuente siempre la verdad.
Escena de la película con los periodistas de Forbes investigando el artículo.
En todo caso, la película trata con demasiada benevolencia la figura de Stephen Glass. Lo presentan como un personaje con ciertas dificultades sociales, muy preocupado por caer bien a sus compañeros. Le obsesiona la idea que "molestan" sus comentarios, y tiene cierta sugestión hacia una persecución hacia él por parte de los jefes. La moraleja de la película es que se trata de un "buen chico" que sólo mentía para alegrar a sus lectores y a sus jefes. La realidad probalemente sea mucho más cruda. Hay pocas dudas de que Stephen mentía para atribuirse méritos que no eran suyos, y de esa forma traer mejores historias a la redacción. Un caso parecido lo tuvimos en España hace cuatro años, cuando el director de informativos de una televisión llegó a manipular de tal forma la información, que pudo escondernos una Huelga General; aunque por fortuna un tribunal le obligó a rectificar (PDF). Alfredo no mentía para alimentar su propio ego, pero si para servir a los intereses del poder. El resultado, en todo caso, era el mismo: el atentado contra el derecho de los ciudadanos a la información.
El trailer de la película
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